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lunes

- Césc!
Él se giró con una sonrisa tremenda. Estaban en el aeropuerto de la cuidad de él, en ese encuentro que habían planeado desde hacía tanto tiempo que ya ni lo recordaban. Ella dejó las maletas en el suelo, tiró su chaqueta encima, y se lanzó corriendo hacia él, dándole un abrazo mientras Cesc la levantaba del suelo y le daba un par de vueltas. Así se quedaron un rato, en silencio, solo abrazándose con los ojos cerrados, como saboreando el momento. Riendo, la bajó, y le dio un sonoro beso en la mejiilla.
- Venga, Fá, que te robarán las maletas si las dejas ahí tiradas.
Fueron a por las maletas hablando como locos, y no pararon hasta que llegaron al hotel donde ella se quedaría esa semana. Todavía no era capaz de asimilarlo, estaría una semana con él, siete días enteros. Subieron a la habitación, y, sentándose en la cama, continuaron hablando, hasta que se hizo de noche. El llamó a su casa para decirles que esa noche no iría a dormir a casa, y, su madre, entendiendo que tenía muchas ganas de estar con ella, no se lo reprochó. Así, hablaron hasta las tantas de la madrugada, cuando Fá se quedó dormida entre los brazos de él, que siguió sus pasos un rato después. Durmieron hasta mediodía del día siguiente, y se despertaron abrazados, tal y como habían estado esa noche. A partir de aí, esos siete días fueron una sucesión de horas y minutos juntos, como si estuviesen pegados con superglue. Fueron a la playa, a conocer a la familia de él, de compras, a comer por aí… todo juntos. Y cuando llegó el momento de despedirse, Fá lloraba mientras que Cesc mirándola. Se abrazaron mil veces, se dieron miles de besos, y disfrutaron de sus últimos momentos juntos. Y, cuando Fá se subió en el avión, rememoró cada uno de los segundos de esos siete días, con una gran sonrisa, recordando esa promesa de que, esos viajes, y esas semanas que pasarían juntos, se repetirían, aunque pasaran meses y meses entre ellos. Cerró los ojos, y se quedó dormida en el asiento…

- Venga, Fá, son las siete y media, hay que levantarse.
Fá abrió los ojos al escuchar la voz de su madre desde la puerta y se encontró en su cama, bien tapada con las mantas y las sábanas. Miró el móvil, y vio la fecha. Todo había sido un sueño, se dijo, maldiciendo su inconsciente por darle esas pequeñas alegrías que no eran verdad. Sin embargo, se pasó sonriendo todo el día, y, al llegar la noche, y llegar el momento en el que ellos dos siempre hablaban, le contó todo lo que había soñado, y ese sueño, comenzó a ser una meta para hacerla realidad, y repetir cada momento transcurrido en ese estado de inconsciencia.

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