espiral contagiosa y voraginosa del dolor.

El día estaba comenzando ya a irse, al igual que toda la gente que allí se encontraba. La arena se le escurría por los dedos de las manos a cuentagotas, resbalándole por las piernas hasta el suelo otra vez, y las olas rebotaban en la orilla con apenas fuerza, retirándose también para irse a soñar con el reflejo de la luna y las cosquillas de los peces. No hacía más que crear palabras imposibles en el suelo, dibujadas con sonrisas a su alrededor, y buscando el enfoque perfecto con su cámara. Le vió acercarse despacio, sin prisa, notándosele las gotas del mar todavía en las piernas. Seguro que su piel sabía perfectamente a él con sal, y apuntó mentalmente que debería probarlo, en sus labios y en su cuello. Agarró la cámara y la dirigió hacia él, enfocando con cuidado hasta que pensó que tendría la mejor toma.

- Deberíamos irnos ya, no? Empieza a hacer un poco de...

CLICK. El flash de la cámara rebotó en su perfil, perdiéndose en la casi noche. Pero la foto había salido perfecta, el mar y la arena detrás de él, mientras su mirada se dirigía al infinito y hablaba, y solo ellos dos sabían que esas palabras eran para ella, y el hoyuelito marcándose en su mejilla, como un pequeño crater de la luna. El pelo despeinado por el viento, dejándole el aspecto de recién levantado que tanto le gustaba mirar por las mañanas hasta atragantarse de él. A veces pensaba que todo esto era como un milagro, que todavía no se acostumbraba a que las cosas fuesen así. Guardó la cámara en la funda antes de que él quisiera ver la foto, la dejó sobre la roca y se movió hacia él, sentándose en su regazo, agachándo la cara contra su cuello, respirando su olor con suavidad, dejando que él le susurrara:

-  Está bien, antes de irnos cuéntame que feliz eres soñando que tu y yo estamos aquí juntos de verdad.