#

martes

Como tu y como yo.


Era de noche y allí estaba él, caminando por la cuidad, sin rumbo, con la cabeza en sus pensamientos y en la música que sonaba en sus oídos a través de sus cascos. Llegó hasta el parque, y se sentó en el columpio, balanceándose suavemente, como mecido por el viento, mientras tarareaba por lo bajo su canción preferida, esa canción que compartía con una persona a la que quería.
Un rato después seguía mirando hacia el infinito, hasta que algo llamó su atención. Se levantó, la música seguía sonando en sus oídos, y caminó hasta el balancín. Allí alguien había escrito, apresuradamente, aquella frase tan real, aquel “Aunque no me tengas, sabes que me tienes”. El pudo saber inmediatamente quien la había escrito, aunque fuese irreal, solo un producto de su imaginación. Miró apresuradamente a su alrededor, y, sacudiendo la cabeza, comenzó a pensar que tal vez alguien la había escrito allí por casualidad. Cambió la canción en el mp3, y comenzó a caminar camino a su casa. Iba mirando sin mirar a ninguna parte, caminando casi inconscientemente, hasta que otra vez algo llamó su atención. En aquella pared estaba escrita su frase. Nada tenía sentido. Era su frase, era su “Always something brings me back to you”, era todo lo que el necesitaba para acordarse de ella. Pero era imposible que ella hubiese recorrido miles de km solo para escribir malamente un par de frases.
En las sombras, ella sonreía divertida ante la confusión de su pequeño. No podía quitarle los ojos de encima, tanto tiempo con él en su corazón, al fin tenía la oportunidad de estar junto a él. Habituada a que los separaran miles de km, no se podía creer que solo les separaran unos pocos pasos. Las manos le temblaban, y la saliva había dejado de correr por su garganta. Los nervios y la timidez se apoderaron de ella, y solo cuando él comenzó a caminar otra vez, se atrevió a dar un paso al frente. Le siguió sonriendo toda la calle, sin dejar que él la sorprendiera. Ella se sentía tan pequeña respecto a él, respecto a todo. Había llegado esa misma tarde a la cuidad, y había buscado sin descanso hasta poder encontrarle. Y ahora, le tenía. Al pasar la calle, el giró, y la luna, hasta ahora ocultando sus sombras, reflejó la de ella muy por delante de él. Él giró la cabeza y siguió caminando, haciendo caso omiso. De repente, se paró en seco, dio media vuelta y se quedó mirándola, sin palabras. Se quitó los cascos de los oídos. Ella, armándose de valor, se acercó poco a poco hacia él, sonriendo, y, cuando llegaba a su lado, él la abrazó tan fuerte que la levantó del suelo. No se dijeron nada durante unos instantes, solo se abrazaron, dejando que, meses de vacío por no poder estar juntos, se llenaran en solo unos segundos. Porque en eso radica la amistad, la completa felicidad. Cinco minutos, los más felices de todos, consiguen suplir meses de soledad. En eso radicaba la sonrisa infinita de ella y de él, la ausencia de palabras, la simple emoción del encuentro. La felicidad, no siempre la tenemos al lado, pero siempre la tenemos.

No hay comentarios: