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domingo

Me conoce, si.


-          En que piensas pequeño? – ella le miró sonriendo de forma melancólica, con los ojos brillosos. Estaban sentados en el muro del puerto, con el agua bajo sus pies. Derek, antes de responder, subió sus rodillas, abrazándoselas, y apoyó la barbilla sobre ellas.
-          En lo de siempre, supongo. Ya sabes que eso no cambia mucho, Ast.
Ella miró durante un momento al sol, dejando que el silencio se apropiara del momento. Relajó la espalda, apoyando las manos en el suelo, cerrándo los ojos con la expresión soñadora que la caracteriza. Al momento se levantó rápidamente, sacudiéndose las manos y la ropa. Derek se quedó mirándola, y, cuando Ast le ofreció una mano para ayudarle a levantarse, la aceptó, dándole un pequeño apretón antes de soltarse.
-          A donde me llevas Ast?
-          No lo sé, pero ya es hora de empezar a movernos, llevamos mucho tiempo parados como frías piedras.
Derek la miró mientras comenzaba a andar. No estaba seguro de si esa frase era así de sencilla o tenía el doble sentido que él había entendido, que llevaba mucho tiempo lamentándose y que ya era hora de hacer algo. Se sacudió levemente esas ideas de la cabeza, sonriendo levemente, mientras la veía pisar las líneas de la acera. Como era posible que fuera tan chica? Ni siquiera comprendía como siendo tan diferentes, se llevaban así de bien.
-          Ast, te vas a caer, ya verás.
-          Claro papi – replicó ella en tono burlón.
La encantaba ir por la calle pisando las líneas del suelo, le obligaban a fijarse bien en su camino, y era realmente divertido. Sabía que no todo el mundo la entendía, que era muy niña pequeña, pero, que diablos, la vida son dos días, y no puede uno estar lamentándose por ello. En un momento pisó mal y se tambaleó, sintiendo al momento las manos de el en la cintura, impidiendo que se cayera al duro cemento. Ast se rió, dándose la vuelta y besándole en la mejilla, volviendo a caminar como antes.
Llegaron al parque, y ella se quedó mirándo un momento como los niños jugaban en los columpios. Dios, hacía miles que no se sentaba en uno, pero sabía que a Derek no le gustaban esas tonterías, asique, se obligó a seguir caminando.
-          Tonta, te dejas a los niños como tu detrás.
Astrid, puso los ojos en blanco, pero, sin que él la viera, sonrió con ganas.

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