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martes

Una, dos, tres puñaladas. Dos vidas por una, la que se ha llevado el cuchillo, y la mía que se ha ido con ella. Y desperté empapada de sudor, con las mantas enredadas, y con los ojos llorando solos, sin que mi cerebro tuviese consciencia de ello hasta que una de esas lágrimas saladas cayeron sobre mi mano. Abrí del todo la persiana y la ventana, cogí el edredón, me senté en el alfeizar y lloré, congelada de frío, y con el corazón congelado de miedo. No soy capaz de asimilar una muerte ni siquiera en un sueño. Y mucho menos, si en ese sueño tenía todas las opciones de salvar a esa persona, y me quedé quieta mirando como el cuchillo entraba. Una, dos, tres puñaladas, y el sonido de un cuerpo caerse al suelo desde una ventana

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