#

viernes

Valencia, era... y era.


Alex era… un todo, podríamos decir. Me enamoré, como una niña tonta, como lo que era. Solo era internet, una pantalla y un teclado, pero, mi corazón actuó como una gran venda, y me enamoré. Solo pensaba en irme a Valencia a abrazarle y no soltarle nunca, de la manera que hablábamos cada día los dos juntos. Cada minuto sin hablar con él era como una tortura. Cada minuto en el que hablábamos era como el paraíso. La historia… es muy complicada para contarla. Los involucrados, los involucrados de verdad –que sabrán de esto, y lo leerán- saben que pasó, seguramente mejor que yo, no se cegaron tanto. Fue una confusión de mentiras, y más mentiras. Todo explotó un jueves, lo recuerdo como si fuera ayer. Me dijeron que Alex no existía. Era solo una broma más de alguien que, aburrido en su casa, disfrutaba engañando a quien se dejaba engañar. Apagué el ordenador, y me marché corriendo a mi habitación, usando como pretexto para mis padres sobre mi rápida huida una migraña –puesto que sufro de ellas, que mejor excusa que esa? – y me tiré en cama, agarré el edredón, me enrollé en él, y me dejé deslizar hasta el suelo. Ahí, sin más sonido que el de la ventana que había dejado abierta, lloré como una niña, dejando que las lágrimas me empaparan, y dejando grandes surcos de lápiz de ojos negro en el edredón. Toda esa noche la pasé pegada al móvil, hablando con la gente que realmente existía en mi vida, y llorando, cambiando de posición, del suelo a la ventana, de la ventana a la cama, de la cama al suelo. Era más que una persona, era un verano completo lleno de mentiras, de querer a alguien que no existía, como quien quiere al viento a pesar de que conoce que nunca podrá poseerlo, porque se escapará entre sus dedos. Esa noche, lloré, y al día siguiente después de haber dormido dos horas escasas –gracias al agotamiento, que me hizo cerrar los ojos- fui al instituto con los ojos hinchados, y sin disimularlos con maquillaje. Me pasé el día como tonta, agarrada a mi móvil y a mis cascos, haciendo caso omiso de todo salvo de la música. A partir de ese día, me aparté de la gente que conocía toda la historia, con el pretexto de que todo había cambiado. No, lo que había cambiado era el sentimiento. Lo que tenía era un miedo atroz, porque seguir con esas personas, implicaba recordar una y otra vez –sí, soy una imbécil, lo sé, recordarlo bien-. Tiempo después… esa noche desapareció. Alex volvió, aunque nadie lo supo por mi boca. Un par de noches, un par de horas, y un par de conversaciones. Y aquella noche se borró de mi cabeza, el sentimiento hacia él seguía en mi cabeza, y todo lo que implicaba algo malo sobre él, lo eliminé. Volvió a desaparecer. Me pasé semanas como loca, pensando que había podido suceder para que no estuviera, y ahí volvió a intervenir su amigo, Ángel. Apareció después de otras tantas semanas desaparecido, como si nada hubiese pasado, y yo volví a confiar. Me contó miles de cosas, y me hizo prometer que no diría nada, que no le desvelaría. Y así fue. Mentí a la gente que de aquella confiaba en mi –Imbécil otra vez, lo siento de corazón-. Estuve a su lado, mientras me prometía que, a pesar de que muchas cosas habían sido un juego, que sus supuestos –y míos también- amigos no existían, que solo estaban él, su hermana, y por supuesto, Álex. Seguí a su lado cuando la enfermedad que le atacaba le iba consumiendo, y así, hasta el final, cuando, por arte de magia, apareció él, apareció Alex. Y volví a caer. No le conté a nadie que él volvía a estar en mi vida. Y total para qué? Para la mayor de las mentiras. Lo siento pero, esa sí que no la soporto. Ángel se había muerto, la supuesta enfermedad había acabado con él sin remedio. Y que hice yo? Llorar como una tonta durante dos días, cuando pensaba que nadie me veía. Me traicionaba más el corazón, que los ojos. Todas las mentiras habían girado alrededor de esta, y ahora, yo me creía la más falsa de esas mentiras, con las evidencias delante. Y ahora, meses después, me veo como una completa imbécil, con todas las letras que esa palabra conlleva. Me dejé llevar por alguien que… alardeaba de poder entenderme, que entendía todo lo que tenía que ver conmigo. Todavía sigo con mi corazón dividido, y sé que, si apareciera el nombre de Álex en esa ventanita emergente de mi escritorio, todo se borraría de mi mente como tantas veces, para dar paso a las mentiras. Me considero tonta perdida, porque, por causa de no hacer caso a mi razón, perdí a gente verdaderamente importante –perdón, otra vez- y ahora es imposible recuperarles, aunque les extrañe. Me siento idiota, por confiar tanto, porque, una y otra vez, me dejé llevar por promesas infundadas, sin hacer caso a las evidencias que me confirmaban que nada de eso existía. Casi un año de todo esto, casi un año desde que esto empezó. Y como una idiota, miraré un mapa y veré ese punto de la geografía, y me vendrá el nombre de Alex a la cabeza, como me pasa siempre. Dentro de muchos años, los nombres de amigos se borrarán de mi cabeza, y el suyo seguirá ahí como un recordatorio de lo que siempre quise y es meramente imposible tener. No sé porque hago esto. Tenía la ligera idea –al empezar- que desahogándome de esta manera, conseguiría olvidar durante un rato todo. No, no es así. La verdad, todo sigue igual en mi cabeza. Puedo recordar cada foto, cada frase, cada momento de los pasados durante esa mentira. Dios, pero si puedo recordar hasta la ropa que vestía alguno de esos días, cosas increíble para mi escasa memoria. Y ahora, cosas como estas, solo me hacen pensar que, gracias –o por desgracia- a mi demasiado confiado corazón, y a la manía –asquerosa- de mis ojos, de no hacer caso a lo evidente, no será la primera vez que me engañen tan fácilmente, y que pierda a gente que quería por eso.
De verdad –y esta vez sí- lo siento. Fui una imbécil con gente que no merecía esto. Mentí, y aunque hayan pasado meses de ello, me siento horrible al pensarlo. Lo siento, lo siento, lo siento. Me gustaría retroceder, dar marcha atrás, y dejar de confiar, haceros más caso a vosotras –ya sabéis quienes sois, no pondré un solo nombre-. Siento haber dicho que no sabía nada cuando era partícipe de la mentira sin saberlo, y todo eso. De verdad.
Lo último? Que desearía que mis sentimientos y pensamientos al respecto de esta idea, fuesen como un documento de ordenador. Opciones, borrar, aceptar, vaciar papelera de reciclaje, como haré con este documento si no me atrevo a publicarlo en algún lado para que puedan mirarlo –vosotras, sobre todo-. Odio que la vida no sea un ordenador gigante.
Pero, lo que más odio? Odio –de verdad y de corazón- ser tan confiada, tan estúpida, y tan fácil de manejar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos, realmente... unas imbeciles.

Maca (Macarrona en ocasiones) dijo...

No se que comentar al respecto, pero creo que tampoco es este el lugar para hacerlo...yo fui una de las más resentidas por tu cambio de actitud, pero bueno.

la chica de los lacasitos dijo...

no se nada del tema, así que simplemente te diré que la vida no será un ordenador gigante por desgracia, pero tenemos la capacidad de darnos cuenta de nuestros errores para evitarlos en el futuro...y eso es lo importante. Se pierden cosas por el camino a causa de nuestros fallos, pero se ganan otras pidiendo perdón, rectificando...
Bueno, me siento estúpida opinando sobre esto, sino tengo ni ídea.
Lo importante es que ahora estés todo lo bien que puedas estar, y que nadie vuelva a utilizarte jamás.

:) besito de lacasito azul!