Y es que tu y yo ya no somos como el resto del mundo.

Antes de bajarse del tren, ya sabía que la historia acabaría mucho antes de empezar. Las miraditas estaban muy bien, y su cuerpo... estaba reaccionando de mala manera, se moría de ganas de agarrarle por las solapas de la chaqueta del traje y llevárselo a rastras para el baño del tren, ante las atentas miradas -y los atentos oídos- de las pocas personas que cogían el de las siete y cuarto de la mañana. Aprovechó el momento para ponerse el mp3 con las canciones más animadas que tenía, sonriendo sin poder evitarlo, aunque la mayor parte de las sonrisas no estaban provocadas por las sonrisas y si para él. Y cuando le vio bajar, se concienció de que la historia estaba terminada, que no había comenzado y no tenía sentido pensar en el "que podría ser". Y justo en ese momento un mal paso de él le hizo tambalearse contra ella, introduciendo un papel en su bolsillo.

La chiquilla era lo más bonito que había visto nunca a las siete y cuarto de la mañana en un tren de cercanías, y no podía apartar la vista de ella, y sus pensamientos eran totalmente lujuriosos. En menos de diez minutos se imaginó más de un centenar de veces las maneras de besar el lunar que se hallaba sobre su labio superior, exactamente en el medio. Y las sonrisas que ella le dedicaba, provocando un perfecto hoyuelo sobre su mejilla izquierda... a él le provocaban muchas más cosas. Asique, con una decisión poco vista nunca en él, cogió un trozo de periódico y escribió rápidamente un par de líneas, la dirección de su casa y su nombre, y cuando estaba llegando su parada se levantó y avanzó hacia ella, haciendo gala de su teatralidad y fingiendo tropezarse para chocarse con ella e introducirle el papel en su bolsillo, esperando que lo mirase antes de echar a lavar la chaqueta que tan bien dibujaba sus formas.