#

sábado


Llevaba HORAS muriéndome de ganas de acercar mis labios a los tuyos y probar tu sabor. Y, sin embargo, a lo máximo que me atrevía era a abrazarte suavemente. Tú tenías una mano en mi cintura, y me acariciabas el pelo, y así estuvimos durante horas, observando a las estrellas y dándole la bienvenida al nuevo día. En ese momento, justo cuando el sol empezó a hacer su aparición, te apartaste de mi, te levantaste, y me tendiste la mano.
- Ven conmigo.
Como no iba a hacerlo? Eras tú quien me lo pedía. Asique agarré tu mano, entrelacé mis dedos con los tuyos, y me dejé llevar, me daba igual a donde, si hacía falta, caminaría hasta el fin del mundo para no tener que separarme de ti.
Y, de repente, vi la ciudad como nunca la había visto. No me había dado cuenta, pero me habías llevado a la roca que te había comentado que observaba desde la ventana de mi cuarto. Y en ese momento, mi corazón saltó, tan alto que temí que se perdiera. Me hiciste sentarme en la roca, te sentaste detrás, y me rodeaste con tus brazos.
- Es sencillamente precioso. Gracias.
Te dije con un hilo de voz, empañada por la emoción.
- Si, la verdad, no hay mejor vista.
Giré la cabeza y me di cuenta que me estabas mirando a mí, con los ojos brillantes. Mi cara comenzó a ponerse roja de la vergüenza, pero no podía apartar mi mirada de tus ojos, no quería. Y en ese momento, acercaste tus labios a los míos, como tantas veces había deseado calladamente, y nuestro primer beso fue tan dulce como lo había pensado. Al cabo de un rato, te separaste, apoyaste tu mejilla en la mía y comenzaste a susurrarme palabras de amor que nunca antes había pensado escuchar.
- Te amo, para siempre.

No hay comentarios: