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jueves

Lex.

Cogió el corazón de la bolsa de gominolas, y, metiéndolo en su boca, lo presionó con la lengua contra el paladar. Dios, como le gustaban las gominolas, eran un vicio que no podía dejar. Se puso a observar a la gente en el recreo desde debajo del solitario árbol del patio trasero. Vio a los chicos del curso superior echar la típica pachanga de futbol mientras los más pequeños se esforzaban para encestar en las altas canastas del campo siguiente. Las niñas observaban a los chavales o caminaban dando vueltas alrededor del instituto. Joder, crías, pensó mientras cogía otra gominola, esta vez, una regaliz. Siempre se sentaba bajo ese árbol, porque, por suerte, aunque lloviera, las grandes ramas protegían contra la lluvia, y contra los rayos del sol cuando se acercaba el verano. Solo que, antes tenía a David a su lado… Se tapó los ojos con las manos intentando no acordarse de ello. Se levantó rápidamente y comenzó a caminar hacia la puerta de la cafetería.
- Eh, tú, morena, te olvidas la libreta!
Se dio cuenta de que le hablaban a ella, y se giró lentamente. Allí estaba uno de los chavales del curso siguiente al de ella, con el balón de futbol en una mano y la libreta de ella en la otra.
- No me llamo morena. – Dijo mientras se acercaba a coger el cuaderno.
- Bueno, si me dices cuál es tu nombre, tal vez no tenga que volver a llamarte morena.
- Alba. – respondió de inmediato, mintiéndole. Total, no tenía porque saber su nombre, cuanta menos gente la conociera, mucho mejor.
- Está bien, ya nos veremos.
Le tendió el cuaderno, y cuando ella estiró el brazo para cogerlo, él se inclinó y, rozando su oreja con sus labios, le susurró
- Para que mientes, Lex?
Y se marchó corriendo, dándole una patada al balón y continuando con la partida con sus amigotes, mientras a ella le recorría un escalofrío. Se quedó parada durante un momento, mirándole. No sabía ni su nombre, y tampoco podía entender como él sabía el de ella. Poca gente la conocía por su nombre, es más, poca gente la conocía. Se sacudió la cabeza suavemente y comenzó a caminar otra vez hacia la puerta. Qué más daba? No iba a volver a hablar con él…

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