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miércoles

Enredos y enredados.

El pelo de ella estaba estendido sobre la almohada, después de una noche revuelta entre esas sábanas con olor a cigarillo y a margaritas. Sus dedos pasaban entre los mechones con suavidad, procurando no despertarla, sintiendo como se deslizaba las yemas lentamente. En un momento uno de sus dedos tocó un trozo de piel en el codo de ella, y él se quedó fascinado con la fantastica diferencia que suponía, la piel caliente y suave, como deseando ser tocada. Y si apretaba un poco más, podría encontrar esa vena que transportaba la sangre por todo su cuerpo, pero no era su intención hacerle daño, ni quitarla del dulce sueño. Poco a poco sus dedos fueron acariciando cada parte de su piel, prestando especial atención a sus caderas y a la cintura, pasando varias veces las yemas por allí, como si fueran caminantes ascendiendo una montaña, que lo pasaban bien al poder deslizarse hacia abajo. Al recorrer las piernas con el toque de sus dedos notó el estremecimiento de ella, obligándose a detenerse. Y en ese mismo instante ella se movió en sueños, murmurando palabras incomprensibles y girando la cabeza, dejando su cara expuesta a la poca luz que accedía por la ventana. Y él se quedó sin aliento observando esa pequeña preciosidad durmiendo en su cama con olor a cigarrillos, margaritas, sexo, y amor.